lunes, 10 de septiembre de 2007
Bajo el efecto de lo lejano III
Mi mente no se pone en orden, y de hecho es probable que nunca lo haya estado, lo único que quisiera es no haber atormentado la suya. No se atormente, no piense más en esto, todo hace parte de un sueño en el que se desdobla el alma tratando de alcanzar ese lado oscuro del que no se puede hacer parte en la conciencia del día, pero como todo sueño, empieza y acaba sin tener certeza que pasó y si realmente pueda ser cierto, pero en mi humilde opinión los sueños no son más que mentiras en las que se omite la faz propia y alguien más toma posesión ¿pero, quién es ese alguien? Los sueños han muerto como los dioses del olimpo, en medio de alguna inmensa borrachera y una latente resaca del día siguiente, ya no se arriesga la vida por los mitos, y no hay porque hacerlo, son sólo eso, momentos de letras que hacen más llevadera una existencia, que algunos, como yo, que saboreamos ese oscuro elixir de la depresión pensamos que se hace plana e insoportable y jamás se quiere recordar… no soy de nadie, no soy de mi vida propia, soy un instrumento prestado, en el que se cifran todos los acontecimientos desastrosos, de los que se atreven a pasar conmigo una temporada en el infierno, mi ritmo de veleta se sobre impone a aquel personaje de carácter recio que se supone debo ser, a veces el personaje se confunde, con el pesado fardo que me ha sido otorgado sin desprecio, pero con alevosía por los habitantes del parnaso… soy simplemente una cifra oscura, que no recuerda haber nacido, que no recuerda haber muerto, pero que busca desesperadamente ese instante, en el que el mundo pare, y ya no tenga que entrar en minuciosos detalles de terciopelo ni espinas, que no tenga ya que revolver su esencia divina, con la perplejidad de hallarse sangrando en una esquina, en una noche innombrable.
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