sábado, 13 de enero de 2007

Km. 286 Vía a Royabria


Inicios míticos del Royabro


El Royabro se inicia, como una especie de síndrome, un virus del viaje… Cada que el personaje que se suscribe en estos capítulos, encontraba su equipaje, notaba que ciertas cosas se perdían, pero lo que no notó, era que entre los múltiples objetos que se perdían iba perdiéndose a su vez, las líneas de sus acostumbrados parlamentos regionalistas y, entre las líneas del “salve tierra de pioneros y de arrieros y del sol”, como el eco imperceptible de la sintomatología del virus, se filtraban unas líneas que no llegó a conocer hasta que arribo por completo a la otra ciudad:

Yo soy el cucarachero
Y tú la cucaracherita
Yo soy el cucarachero
Y tú la cucaracherita…

Y la anterior tonada se olvidaba por intervalos, qué era, qué era lo que venía en esa estrofa, ¡ah!… Salve casta del abuelo…

Los primeros síntomas del virus se dieron con un cambio de la coloración en las mejillas del suscrito; (El síndrome del hijo de papi…) esto fue aducido en principio, a los cambios alimenticios que se dieron en el personaje, debido a las diferencias que existen entre ambas ciudades, los alimentos no serían una excepción; según la gente de su nueva casa, esa tez rozagante y llena de salud de la que ahora hacía gala tenía lugar por las nuevas propiedades de su dieta alimenticia…

Pero la falacia no pudo ser sostenida por más tiempo…

Prontamente fue informado que padecía “el síndrome del hijo de papi” enfermedad sufrida principalmente por los extranjeros, que debido a la falta de adaptación al nuevo medio al que se ven enfrentados, su sistema circulatorio empieza con una superproducción de glóbulos rojos para que el proceso de oxigenación en su cuerpo se lleve a cabo eficazmente; lo que lleva a que los vasos de su piel queden expuestos más fácilmente al cualquier tipo de ataque climatológico.

Los síntomas de aquella enfermedad poco conocida, debido a los pocos casos que se han reportado ante las autoridades pertinentes, van acompañados de fuertes dolores de cabeza, dificultades para respirar, opresiones nocturnas en el pecho y entumecimiento a intervalos de las extremidades.
Otras de las manifestaciones externas del virus son los cambios en la coloración de las partes del cuerpo que quedan expuestas a la intemperie, que son muy pocos debido al inclemente clima, tornándose a un tono moraduzco, y un latente deterioro en las mismas, notable en forma de resequedad extrema en la piel.

Pero los síntomas no son sólo corporales, cuando el padecimiento llega a su etapa terminal puede llegar a lesionar el sistema nervioso central, causando graves trastornos en el comportamiento del personaje que es afectado por este tipo de dolencia.

El padecimiento pronto se hizo evidente, aunque en muchos de los casos descritos, este fue diagnosticado como poco grave; Aun los lugareños, consideran que este ser no presenta los síntomas latentes de la enfermedad, y se les oye decir con bastante ahínco: - todavía conserva esas estrambóticas muecas que usa al hablar y ese chocante defecto fonético, como si no pudiera despegar la lengua del paladar cuando pronuncia la “s”; también es raro que no sea capaz de bajar la entonación, como lo hacemos todos los demás al terminar de pronunciar una frase, si no que, por el contrario, siempre eleva la entonación, y usa unas absurdas muletillas al hablar, como: “pues”, “listo”, “parce”, “troza”, “asustador”, entre otras que ya son difíciles de recordar.

La asimilación del virus que no se había manifestado de un modo contundente en Cachacatá, debido a que para la mayoría de sus ciudadanos, este padecimiento era inexistente.

Cuando el personaje llega, - porque siempre llega – a su lugar de origen, es puesto al tanto de su padecimiento; para sus coterráneos era bastante particular la coloración que traía en las mejillas y las extrañas actitudes de las que se componía su comportamiento.

La ciudad parecía haberse encogido, las calles se hacían más pequeñas, y esperaba en las esquinas de las intersecciones a que el semáforo cambiara a rojo para poder pasar, logrando una inestabilidad evidente en las personas que lo acompañaban debido a que en Cuyabria hay tan pocos semáforos…

Después de muchos contactos casuales con sus familiares y amigos, estos empezaron a notar con preocupación que el personaje empezaba a cargar con un adminículo poco usado en el lugar y el cual no soltaba ni a sol ni a sombra, es más se rehusaba… En muchas de las ocasiones en que, con cautela, trataron de hacer mención de esta nueva manía, el personaje entraba en un estado de pánico evidente y hacía alusión a las miles de millones de probabilidades en las cuales se le presentaría la urgencia, la necesidad, de llevar este adminículo, que se había convertido sin remedio alguno, en una especie de frazada de Lino, de la que no se quería deshacer, de la que por lo general nunca hacía uso… que no abandonaba: la chaqueta.

En el momento en que el personaje empezó a hablar, esto si que fue una gran sorpresa para todos aquellos que asombrados escuchaban una serie de palabras que no entendían, y el modo en que hablaba, el modo en que hablaba ya era la tapa, tenía un sonsonete de esos molestos de escuchar… Era extraño, la enfermedad del personaje se hacía notoria a medida que interactuaba con los habitantes de Cuyabria… ¿Sería que la enfermedad había llegado a su etapa terminal?


En Cuyabria el personaje fue declarado temporalmente fuera de sus cabales… exposición continuada al frío… no sabían muy bien que era lo que le pasaba…

Mientras el virus termina de incubarse o acaba para siempre, el Royabro se ha vuelto un pasajero que habita en la estrecha franja de Royabria, un lugar de dos vías, en la que los carros pasan alrededor, donde las ciudades van y vienen como etiquetas, donde la sinuosidad de la región lleva a la constante lucha de las ventanas que no cierra o que no abren, mientras desde una silla en movimiento degusta uno de los platos típicos de la región, “Rizadas de mayonesa y Coca–Cola Light”, esperando que entre las tonadas de las múltiples estaciones de radio que existen en la zona, se pueda configurar una melodía de esas que resuman su actual situación...

Yo soy la tierra de pioneros
Y tu la de arrieros y del sol
Salve el cucarachero
Salve la cucaracherita…



¿Cuándo se va?

El padecimiento del Royabro se ha extendido a aquellos que lo rodean…

Cada que el Royabro se encuentra con sus allegados, estos empiezan a mirarlo de un modo extraño, evalúan los cambios; se hacen las chanzas pertinentes a los momentos del viaje, hablan a su vez de las acostumbradas metamorfosis que padece desde que su movilidad se ha incrementado; cuando está en Cuyabria le recuerdan el hecho de su padecimiento de “el síndrome del hijo de papi”; cuando se encuentra en Cachacatá aluden el hecho de su disfunción fonológica, ese problema al pronunciar la “s” y su manía de elevar el tono de su voz, acrecentada con la temporada que estuvo ausente… las cosas o las vainas quedan por un tiempo así…

Es este preciso instante, el del contacto, el que desencadena el virus.
Uno por uno, van presentando los síntomas de la enfermedad y esta, de un modo paradójico se refleja en el Royabro.

Todo comienza con la firme creencia, por unanimidad, de la aparición de una serie de etiquetas tipo enlatado en algunos lugares del cuerpo del personaje que quedan al descubierto, indicando como éste presenta una fecha de expiración.

Luego con el paso del tiempo, al iniciar conversaciones de tipo formales con el personaje, ya las personas no pueden sostener la conversación sin presentar una especie de disfunción en el habla, quieren modular otras palabras y las muecas que presentan al tratar de decir lo que quieren son del todo graciosas, luchan contra la frase que los aqueja y piensan, con cuidado y con paciencia, lo que viene a continuación, sin embargo con el paso de los días, no encuentran como frenar esta pulsión, es ya inevitable, y a la luz y sin mucho más que un esfuerzo de desahogo aparece en el escenario la frase que los venía aquejando, y con un asomo tal vez de vergüenza o de asombro, preguntan ¿Cuándo es que se va?

Ahora cuando se le ve mirar su reloj, encuentra que las manecillas al parecer han cambiado, contra toda lógica natural de orientación…

Las ve, piensa… se restriega los ojos… van hacía la izquierda, y los números allí inscritos parecen disminuir, se siente un poco desaparecer.

Cuando la enfermedad se hace más crítica, las personas que lo rodean, no pueden decir ya otra cosa, en cualquier tipo de situación, personal, laboral, sociológica política, etc, lo único que le pueden decir, es ¿cuándo se va? En diferentes entonaciones, y es como si no se dieran cuenta, que en lugar de decir lo que piensan, hacen una serie de composiciones con la pregunta ¿cuándo se va? Que reemplazan en duración y entonación, lo que presumen que están diciendo.

Hay un momento triunfal, en que los relojes, hasta los digitales, van hacia la izquierda, y es como si una turba sedienta de que el tiempo se acabara y la fecha de expiración se cumpliera, empezara a espiar los movimientos del personaje, lo asechan, lo asedian… la misma pregunta… un redoblante va acentuando el tono dramático de la situación, la pregunta se hace más reiterativa y grandilocuente y de repente, como si todo esto se tornara en una especie de conjura… cojo mi maleta y me voy. (Aquí debería ser: coge su maleta y se va. (El personaje coge su maleta y se va.)



Del conocimiento Botánico Ancestral del Royabro


Es de suponer que el Royabro al instalarse principalmente en la zona de Cuyabria, debía como todos aquellos que han vivido allí, tener inscrito en su código genético, y sobretodo por la acción de lo que llaman la tradición oral, tener entre sus múltiples conocimientos, la sapiencia botánica de todas las generaciones de Royabros que componen su árbol genealógico…

Es sabido por todos aquellos que han conocido al Royabro los últimos cinco años que este ha sostenido una exhaustiva investigación en un Bosque ubicado en algún lugar en las instalaciones de la universidad de los Andes; el Royabro tiene a su cargo, muchas especies nativas y foráneas, debido a su conocimiento ancestral en esta área, era el personaje más indicado para conservar y preservar tan preciado bien.

Muchas de las personas que pasan por este lugar asumen, por la gran publicidad que se le ha dado al personaje en su conocimiento botánico, que debe conocer todos los tipos de árboles que se encuentran en esta zona, y la curiosidad de aquellos que lo ven, junto a la ventana en que acostumbra a fumarse su cigarrillo, sentado, observando el entorno, llegan en manadas los lugareños de Cachacatá, ávidos de conocimiento, en promedio unos 6 por día, a hacer esa misma pregunta cíclica y la que le corresponde la misma respuesta… el incidente es olvidado, pues los habitantes de los alrededores siempre que lo ven en esta actitud de profunda meditación vuelven a el con la misma pregunta a la que le corresponde la misma respuesta… es uno de esos acto reflejos con la que el Royabro debe vivir por el hecho de haber nacido en Cuyabria, conocida solamente por el hecho de ser una región en la que se cultivaba café en cantidad…

Es sabido por algunas o muchas de las personas que a diario visitan el “Bosque” que a determinadas horas del día, o por intervalos en todo el día, sale el Royabro a fumarse un cigarrillo… es alguna de sus acciones favoritas o tal vez de esas cíclicas…

Se sienta en un banquito… viendo sin observar a ningún punto en particular…

Algunas vainas pasan por su cabeza…

De repente sin que lo advierta alguien se sienta a su lado, pensando quizás que lleva a cabo uno de sus exhaustivos estudios botánicos en esta parte del país… se oye en los corrillos… ¡que honor!, ¡que honor!, ¡que honor!, -aplausos-, alguien se acerca, con ese tono dubitativo que sólo inspiran los eruditos y lanza la pregunta:

¿Qué árbol es ese?

El silencio circunda los alrededores, shhhhhhhhh shhhhhhhhhh

El Royabro, coge filosóficamente su cigarrillo…
Fuma un poco… espera pacientemente… observa con detenimiento… bota el humo…

Un pequeño paso para el Royabro, un Gran paso para la facultad de Artes Plásticas de la Universidad de los Andes…

En su magnánima sabiduría, calla unos segundos más y dice:

No tengo la más mínima idea…

El acto parece olvidarse rápidamente…

Y cuando el Royabro vuelve y se sitúa en la misma silla, con su cigarrillo, con la misma actitud, el acto es repetido tantas veces como personajes empiecen a ver con detenimiento… ¿Qué observa?, ¿Qué ve?, ¿Qué extraño ser es este?


Inciso 1: Faltaría un diccionario Cuyabro–Rolo, Rolo–Cuyabro, de mucha utilidad cuando el viaje comienza y ves las cosas que necesitas y no puedes obtenerlas, o cuando las personas con las que interactúas se vuelven para vos una especie extralimitada de mimos que empiezan a hacer muecas indeterminadas para que entiendas lo que te están diciendo… lo más atroz siempre fue ir a las tiendas, en las que solía encontrar las mismas cosas que en Cuyabria pero se veían tan lejanas… y la cara de asombro del tendero que mencionaba a su vecino o vecina, siendo yo el, asombrada yo, de nuca haberlo visto en mi vida… o el hecho de que los monitos o las monitas dejaron de ser personas de tez blanca y cabello rubio, si no que era un igualador social, para encontrar un tipo de familiaridad con las personas con las que se entablaba una conversación de tipo de intercambio de bienes y servicios… el diccionario por el momento no se ha podido llevar a cabo debido a la continua alineación del personaje que se suscribe en estas líneas, el contacto con esta ciudad ha llevado a que una especie de amnesia temporal le haya borrado muchas de las palabras de las que solía componerse su diccionario personal, y una serie de hibridaciones han tomado sus memorias, sin embargo su léxico se ha expandido y tiene un tipo indeterminado de sinónimos, casi de a 6 a 10 por cada cosa que debe nombrar…

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