sábado, 13 de enero de 2007

286 kms.



Desde tiempo atrás, cuatro años y medio exactamente, llevo un recorrido, determinado por 286 kms, supuestamente, pues eso es lo que muestran esos carteles verdes de la carretera; no sé quien habrá medido las distancias, no se si realmente desde que el bus sale del terminal, hasta que llega al terminal, son 286 kms.

Estoy en un estado de constante movimiento, recibo apenas un poco de la superabundancia de imágenes que plagan el camino, las tiendas, los hoteles, las diferentes casas que varían de tamaño y de color a medida que se cambia de ciudad y los variados climas que el trayecto suele componer, el color diferencia las ciudades, el clima las hace características, pero la señalización las hace existir, en la condición de turista del momento.

Las manías del viaje se han vuelto casi como un acto reflejo, circulares, repetitivas, un instante que he vivido en muchísimas ocasiones, “el rito de la petición”:

- 3 paquetes de “Rizadas de Mayonesa” y una Coca - Cola Light por favor.

Luego son invariablemente 8 horas de silencio y una ventana que no cumple su función, separar el adentro y el afuera y poder seguir gozando de la visibilidad…

En los múltiples desplazamientos que llevo a cabo desde hace cinco años, nunca he encontrado una ventana que cumpla con estos requisitos.

Algunas veces las ventanas se atascan y no permiten ser abiertas, esto representa un serio problema a la hora de pasar por Melgar, siento que me voy fundiendo con la silla, el sudor corre, hasta las ventanas sudan, y esa constante opacidad de las cortinas, (es un color de esos imposibles de determinar ¡no que horror ni para que pensar en el color original! Es mejor tratar de evitar ese retroceso hacía la dimensión desconocida del asco), hacen que el calor sea más concentrado, hacen pensar que allí han quedado impregnado el sudor de generaciones de viajeros; es fácil sofocarse y lo peor es que ya no se puede pensar en nada más, sólo el clima ocupa mis pensamientos, despreciables gotas que se resbalan ávidamente por mi cara creándome una comezón indescriptible, la ropa apunto de adherirse por completo a la piel...

En otras situaciones, me encuentro con esas ventanas que no quieren cerrar; con cada movimiento brusco por la sinuosidad de la vía, la ventana se abre abruptamente en medio del inclemente frío de “Silvania” o “La línea”, y cada curva que describe el trayecto es una lucha exhaustiva, yo a cerrar la ventana para no congelarme literalmente del frío y ella a abrirse como si no quisiera que me perdiera del ¡maravillosisimo viento! que congela hasta los huesos en esos lugares.

Esto me ha llevado a considerar un cierto sistema de vestuario a la hora de viajar, este consiste en llenar mi cuerpo de varias capas de ropa, una camisa de tiras, luego una de mangas, seguidas para finalizar con un acolchado buso o chaqueta. Un buen método a la hora del viaje, cuantas capas me quite o conserve a lo largo del viaje, depende del momento en que me enfrento con la ridícula ventana que no abre o que no cierra…

En algunas ocasiones, en las que el viaje se hace especialmente abrumador trato de dormir, al principio todo era cuestión de la soledad, de no querer sentir que partía, de las incontrolables nauseas del sinuoso trayecto; tuve que aprender a aferrarme a las sillas y dormir, no había más opción y, después de tantos años, he aprendido a dormir en movimiento, para que el tiempo no pese tanto sobre la ansiedad o sobre el desasosiego.

He aprendido a calcular distancias en el sueño, me duermo a la salida de Soacha, despierto por la Circunvalar en Ibagué. Terminal de transportes de Ibagué. Hay que comer en “El viajero” o “El viajerito”, restaurantes del terminal, dependiendo de la empresa o del conductor (Hay una serie de acuerdos ahí, indeterminados hasta el momento).

- Vamos a hacer una parada de 20 minutos para Desayunar (Almorzar o Comer), Por favor, el bus debe quedar totalmente vacío, pueden dejar sus pertenecías pues el Bus quedará totalmente cerrado - .
20 minutos, 2 cigarrillos, unos cuantos sorbos de coca cola.

Celular, ...8209893 tirururi. – Alo, -Pausa- si Madre ya llegué a Ibagué, -Pausa otra vez- cuando esté llegando a Calarca la llamo, -Pausa-, bueno si…, -Pausa- yo también la quiero. Touc -.

Otra vez el bus, el mismo asiento, mi maleta, huella del sitio indicado, tomo asiento y me organizo de modo tal que pueda comerme las rizadas de mayonesa y terminarme la coca cola. Salimos del terminal, vuelvo a mi sueño continuado, luego de unas cuantas horas, unas curvas abruptas me despiertan. Estamos en La Línea. Empiezo a ver unas cuantas Palmas de Cera, Algo me invade, estoy cerca…

Luego de una media hora, empezamos a descender; y a lo lejos en un claro apartado, el delineado de un espacio, una extraña composición geométrica, urbana. Calarcá y un poco más arriba, indistintas para un ojo inexperto, Armenia, Ciudad Milagro de Colombia…

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