jueves, 22 de julio de 2010

29

Aquí en los 29, siempre el olor del café y unas bocanadas hacen estragos ya en la masa blanquecina, blanda a la que suelo llamar cerebro; no hay más espacio en el disco duro y lamentablemente el hardware no tiene actualizaciones, estoy con el sistema del 81 y atravesada por la carga de la academia.

Me he vuelto real, ya no ha y espacios trasparentes, ya no se ve a través de mi piel y caí en cuenta tristemente que soy obstáculo más del sueño profundo de un indeterminado ser idílico. Puedes ser que esté soñando que perdí mis garras y mis dientes, puede ser que me esté revolcando en la cama y los nudos de las cobijas se han hecho tan profundos que me hayan quitado el poco oxígeno que puede llegar a la cabeza a producir los pensamientos libres de la ansiedad de antaño.

La Falta de oxígeno ha creado este paralelismo en el que espero la subasta de un alma que ha quedado sin cadena, a la deriva y produjo la materialización de un ser parecido al que se esconde en el espejo.
Se parece a la carne, se parece a la grasa mal distribuida, se aprece al envoltorio que se desprende mínimamente día y noche , se parece al polvo que se distribuye caóticamente en el lugar.
Primero teoría de la clonación, primera teoría de la ubicuidad.

Supongo que estoy enredada en las cobijas sufriendo una asfixia parecida a la del gas carbónico y simplemente es el hombrúnculo el que vende sus partes generadas por una muerte somnífera, un ideal desmembrado, unas sábanas que se enredan en mi cuello, ¿en el mío o en el de ella?
Ella está allá no puedo ser yo; recuerdo que ayer me fui a dormir; no creo haber despertado. Es ella no yo la que espera ser real y salir de las letras. Es ella la que convertirá su mente en datos binarios y dará fin a lo análogo extensivamente ¿a mí? o ¿a ella?

No sabía que la señorita Lee fuera a ahorcarme en mis sueños, no puede ser Alicia, ella es un suspiro alcohólizado que rompe la linealidad del tiempo. La Señorita Lee rompió los poemas, rompió las hojas de los libros; su piel salada impregnada desde el origen deslumbra los momentos y me en el hastío; jala en grueso cordel de colores añejos, sólo quiere que pierda la cabeza. Entra modula mis labios y dice sus discursos uno tras otro sin inmutarse. Rompe mi tráquea mientras busca un modo de poder respirar por su cuenta, con mis pulmones perforados; reorganiza mis vértebras para poder ser en la historia apócrifa que deseché. Si, es ella quien escribe, prontamente las cobijas se tragarán lo último que queda.

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